El Piuranito de Suyo
En esta tierra
hermosa el sol aparece atrás en los cerros y se oculta allá al fondo en el horizonte,
justo por la carretera a Piura.
Hoy el cielo es
azul decorado con nubes difumadas. Se pueden ver algunas aves jugando
recorriendo el cielo. El chilalo canta a las 12. Hoy el sol había traído desde temprano una buena noticia. Un hombre
de estas tierras abría los ojos en las manos de una partera tuerta. Eran las 6
en punto de la mañana de un 25 de noviembre. Le atinó a cogerle las piernas
con firmeza y lo palmeo fuerte para que expulse el llanto.
Los gallos
cantaban en sus corrales saludándose uno al otro. El saludo pasaba de techo en
techo y se colaba por las grietas de las paredes de adobe. Unas palomas se
acomodaban en el tejado galanteándose una a otra. Aparentemente el pueblo estaba
quieto. Interrumpía la quietud un vendedor de frutas. Halaba un burro mientras
sombrero en mano y otras sombrero puesto gritaba:___ ¡Guineos, naranjas, toronjas, limas!____
El herrero hacía sonar el yunque con golpes acompasados como los segundos del segundero en el reloj de gallinita del abuelo. Y casi
imperceptible sonaba un camión allá al fondo en la loma. El primero en llegar
ese día al pueblo. Mi abuelo sentado en su silla se paraba de vez en cuando
para ver quien llegaba a amarrar las bestias a los palos. ___¿Cómo amanece Don
Polito?.. Aquí le dejo una librita de café a doña Chavelita. Le recomiendo la
bestia... Se la dejo amarradita aquí en el papelillo.___
La pulpería que atendía
el abuelo, estaba llena de estantes de madera apilados uno sobre otro. La
repisa estaba armada con las cajas de madera de algunos productos. Hace años se
empacaban las cosas en cajas de madera. Se veían las marcas INCA y otras más. Los calendarios Bristol colgaban de un clavo grueso cerca de la escalera. En la esquina un saco repleto de caballas saladas dejaba
una marca indeleble de aceite. Es la esquina de la puerta a la calle. Hasta hoy se ve esa
marca. Al fondo un barril de kerosene, acostado reposado sobre dos caballetes celestes.
El olor de las panelas envueltas en papel grueso. Los suspiros o merengues
acomodados en una caja de acrílico y las tortas de canela en la caja de madera
con pantalla de vidrio. El pan de sal y el pan de huevo en los baldes de
plástico; y las rosquitas y cachitos, en el balde de metal blanco encharolado.
Las láminas de
zinc del techo reposaban en las grandes vigas de madera. El ciruelo se mecía
con el viento insinuando unas ciruelas rojas. La tinaja de la esquina escurría
agua entre las piedras que le servían de base. El pocillo verde de metal
chirriaba al raspar el fondo de la tinaja. Estaban cambiando el agua para calmar
la sed del día. El zango con camote y huevo frito acomodado junto a un jarro de
café preparado con tintura contenida en la pequeña garrafa de vidrio. El queso de cabra, el quesillo frito.
Así como se
extinguen las especies, sin darnos cuenta, sin un adiós, sin sentir sus pasos.
Así también se nos van extinguiendo tantas cosas. Como los sonidos. La
secuencia de ruidos y olores que nos van armando una lógica rutina que nos avisa cuando empieza y termina el día. Las frases comunes, las palabras únicas de
cada pueblo. Los olores, los aromas. Ya pocos saludan en las calles de mi pueblo.
Los sombreros de paja rafia se están haciendo raros. Las camisas almidonadas, los chancheros de costal de harina, los coladores de tocullo, los potajes, los pollos para sentarse y descansar en la cocina, las bancas de madera, los banquitos, los aperos de las bestias, las baquetas, las huaracas, las hondas, las llantas de caucho rodando cuesta abajo, el mata queche, el trompo, las escondidas, las bolinchas o canicas de checo, la quebrada
y sus lagunas, los perros, las mascotas, el humo de las cocinas de leña, los
machos, las mulas y los burros. Es como si se nos fueran a escondidas dejándonos sólo este recuerdo.