lunes, 26 de noviembre de 2012

El Piuranito de Suyo


El Piuranito de Suyo


En esta tierra hermosa el sol aparece atrás en los cerros y se oculta allá al fondo en el horizonte, justo por la carretera a Piura.
Hoy el cielo es azul decorado con nubes difumadas. Se pueden ver algunas aves jugando recorriendo el cielo. El chilalo canta a las 12. Hoy el  sol había  traído desde temprano una buena noticia. Un hombre de estas tierras abría los ojos en las manos de una partera tuerta. Eran las 6 en punto de la mañana de un 25 de noviembre. Le atinó a cogerle las piernas con firmeza y lo palmeo fuerte para que expulse el llanto.

Los gallos cantaban en sus corrales saludándose uno al otro. El saludo pasaba de techo en techo y se colaba por las grietas de las paredes de adobe. Unas palomas se acomodaban en el tejado galanteándose una a otra. Aparentemente el pueblo estaba quieto. Interrumpía la quietud un vendedor de frutas. Halaba un burro mientras sombrero en mano y otras sombrero puesto gritaba:___ ¡Guineos, naranjas, toronjas, limas!____ 
El herrero hacía sonar el yunque con golpes acompasados como los segundos del segundero en el reloj de gallinita del abuelo. Y casi imperceptible sonaba un camión allá al fondo en la loma. El primero en llegar ese día al pueblo. Mi abuelo sentado en su silla se paraba de vez en cuando para ver quien llegaba a amarrar las bestias a los palos. ___¿Cómo amanece Don Polito?.. Aquí le dejo una librita de café a doña Chavelita. Le recomiendo la bestia... Se la dejo amarradita aquí en el papelillo.___
 La pulpería que atendía el abuelo, estaba llena de estantes de madera apilados uno sobre otro. La repisa estaba armada con las cajas de madera de algunos productos. Hace años se empacaban las cosas en cajas de madera. Se veían las marcas INCA y otras más. Los calendarios Bristol colgaban de un clavo grueso cerca de la escalera. En la esquina un saco repleto de caballas saladas dejaba una marca indeleble de aceite. Es la esquina de la puerta a la calle. Hasta hoy se ve esa marca. Al fondo un barril de kerosene, acostado reposado sobre dos caballetes celestes. El olor de las panelas envueltas en papel grueso. Los suspiros o merengues acomodados en una caja de acrílico y las tortas de canela en la caja de madera con pantalla de vidrio. El pan de sal y el pan de huevo en los baldes de plástico; y las rosquitas y cachitos, en el balde de metal blanco encharolado.
Las láminas de zinc del techo reposaban en las grandes vigas de madera. El ciruelo se mecía con el viento insinuando unas ciruelas rojas. La tinaja de la esquina escurría agua entre las piedras que le servían de base. El pocillo verde de metal chirriaba al raspar el fondo de la tinaja. Estaban cambiando el agua para calmar la sed del día. El zango con camote y huevo frito acomodado junto a un jarro de café preparado con tintura contenida en la pequeña garrafa de vidrio. El queso de cabra, el quesillo frito.
Así como se extinguen las especies, sin darnos cuenta, sin un adiós, sin sentir sus pasos. Así también se nos van extinguiendo tantas cosas. Como los sonidos. La secuencia de ruidos y olores que nos van armando una lógica rutina que nos avisa cuando empieza y termina el día.  Las frases comunes, las palabras únicas de cada pueblo. Los olores, los aromas. Ya pocos saludan en las calles de mi pueblo. Los sombreros de paja rafia se están haciendo raros. Las camisas almidonadas, los chancheros de costal de harina, los coladores de tocullo, los potajes, los pollos para sentarse y descansar en la cocina, las bancas de madera, los banquitos, los aperos de las bestias, las baquetas, las huaracas, las hondas, las llantas de caucho rodando cuesta abajo,     el mata queche, el trompo, las escondidas, las bolinchas o canicas de checo, la quebrada y sus lagunas, los perros, las mascotas, el humo de las cocinas de leña, los machos, las mulas y los burros. Es como si se nos fueran a escondidas dejándonos sólo este recuerdo.

Seguro ese día en que nació aquel varón muchas de estas cosas eran vida. Hoy sé que hay cosas que no se han ido; pues aquellas cosas permanecen vivas sólo en los que sabemos disfrutar de los silencios, los que amamos las soledades acompañadas de los demás. Los que hacemos familias de la familiaridad de tenernos todos cerca. He admirado hoy a un primo que tiene éxito; no por lo mucho que tiene sino por lo mucho que lo disfruta. Tiene una gran familia y seguro sus hijos mantendrán viva la simplicidad de aquel día en que nació y la harán tan importante como la vida misma.