viernes, 3 de mayo de 2013

Eres ... Mi Suyo.


Eres ... Mi Suyo.


Cuando te nombro se me encogen los hombros acurrucado en la cama. Entre medio dormido y despierto me deleito con los recuerdos de tus sonidos antes del amanecer. La radio aquella de dial estrecho gira lentamente impulsada por los gruesos dedos de mi padre y cada sonido electrónico; impreciso; indefinido, se hace lógico en mi recordar. Escucho una balada vieja entrelazada a un chirrido de interferencia que acompasa con los cánticos de los gallos del corral.

La brisa agita suavemente las láminas de zinc de la casona. El papelillo se mece suavemente, el ciruelo viejo y el mango ciruelo se disputan el poco viento meneando las hojas.

Las siluetas que rodean el pueblo como colosos son los cerros guardianes. Al norte, al sur, al este y al oeste. Entre ellos se escurren los caminos, quebradas y quebradillas. Las nubes juegan a posarse en las faldas de aquellos gigantes y las pequeñas casas a lo lejos saludan levantando sus manos sobre los tejados. Humean las cocinas y el aroma a café recién pasado me ayuda a poner un pie en el suelo.

Este espacio de tiempo entre dormido y levantarse no se debería acabar; si fuera eterno, todo sería paz y tranquilidad en mi pueblo y al nombrarte; no habría muerte, ni violencia, ni escándalo, ni robo, ni ignorancia, ni pecado. Solo la inocencia pura bailando entre este espacio delimitado de tiempo en cuyos segundos infinitos delira la cordura haciendo que los sueños se desvanezcan con caricias del día que poco a poco iluminan la razón de un nuevo amanecer. 

Cuando te nombro quiero seguir acurrucado como en el vientre de mi madre y verte desde la ventana pequeña de la gran casona. Verte adornado de golondrinas viajeras; de tejas de barro cocidas; de puertas viejas de madera y paredes de adobe con zócalos de cemento empastado; de balcones asomados a la calle y de calles de cascajo amarillo talladas por la lluvia que hace brotar en ti la verdolaga de la vida. Cuando te vuelva a ver te rodearán los que se fueron. Los que se han ido. Los que nos arrebataron la alegría por culpa del maldito metal dorado que escondiste. No te tengo rencor por esconder lo que no es de nadie. Te tengo es tristeza. Me das lástima. Pues sigues bello en mí recuerdo y hoy que te veo no encuentro amigos, ni a mi hermano que tanto quiero. Quienes serán los malditos cobardes que se llevaron el oro y que se enfermaron de su violencia, los contrabandistas, los narcotraficantes, los ladrones de ganado, los envenenados por el odio que atacan a su propio pueblo por la espalda y los que hacen que mi pueblito siga ignorante atrayendo más el mal como moscas a la miel.

En este espacio eterno siento que llega el fin del camino. 
Al menos tenemos la esperanza de dormir y conseguir una vieja radio para acompañar tus melodías. Cuando todos duermen y están por despertar.
Cuando te nombro todo lo tuyo es mío.
Cuando te nombro eres... mi Suyo.