Eres ... Mi Suyo.
Cuando te nombro se me encogen los hombros acurrucado en la cama. Entre
medio dormido y despierto me deleito con los recuerdos de tus sonidos antes del
amanecer. La radio aquella de dial estrecho gira lentamente impulsada por los
gruesos dedos de mi padre y cada sonido electrónico; impreciso; indefinido, se
hace lógico en mi recordar. Escucho una balada vieja entrelazada a un chirrido
de interferencia que acompasa con los cánticos de los gallos del corral.
La brisa agita suavemente las láminas de zinc de la casona. El papelillo se
mece suavemente, el ciruelo viejo y el mango ciruelo se disputan el poco viento
meneando las hojas.
Las siluetas que rodean el pueblo como colosos son los cerros guardianes.
Al norte, al sur, al este y al oeste. Entre ellos se escurren los caminos,
quebradas y quebradillas. Las nubes juegan a posarse en las faldas de aquellos
gigantes y las pequeñas casas a lo lejos saludan levantando sus manos sobre los
tejados. Humean las cocinas y el aroma a café recién pasado me ayuda a poner un
pie en el suelo.
Este espacio de tiempo entre dormido y levantarse no se debería acabar; si
fuera eterno, todo sería paz y tranquilidad en mi pueblo y al nombrarte; no
habría muerte, ni violencia, ni escándalo, ni robo, ni ignorancia, ni pecado.
Solo la inocencia pura bailando entre este espacio delimitado de tiempo en
cuyos segundos infinitos delira la cordura haciendo que los sueños se
desvanezcan con caricias del día que poco a poco iluminan la razón de un nuevo
amanecer.
Cuando te nombro quiero seguir acurrucado como en el vientre de mi
madre y verte desde la ventana pequeña de la gran casona. Verte adornado de
golondrinas viajeras; de tejas de barro cocidas; de puertas viejas de madera y
paredes de adobe con zócalos de cemento empastado; de balcones asomados a la
calle y de calles de cascajo amarillo talladas por la lluvia que hace brotar en
ti la verdolaga de la vida. Cuando te vuelva a ver te rodearán los que se
fueron. Los que se han ido. Los que nos arrebataron la alegría por culpa del maldito metal
dorado que escondiste. No te tengo rencor por esconder lo que no es de nadie.
Te tengo es tristeza. Me das lástima. Pues sigues bello en mí recuerdo y hoy que
te veo no encuentro amigos, ni a mi hermano que tanto quiero. Quienes serán los
malditos cobardes que se llevaron el oro y que se enfermaron de su violencia,
los contrabandistas, los narcotraficantes, los ladrones de ganado, los
envenenados por el odio que atacan a su propio pueblo por la espalda y los que
hacen que mi pueblito siga ignorante atrayendo más el mal como moscas a la
miel.
En este espacio eterno siento que
llega el fin del camino.
Al menos tenemos la esperanza de dormir y conseguir
una vieja radio para acompañar tus melodías. Cuando todos duermen y están por
despertar.
Cuando te nombro todo lo tuyo es
mío.
Cuando te nombro eres... mi Suyo.