lunes, 15 de diciembre de 2014

La meleja, la melejita

La meleja, la melejita







Caminamos a oscuras. Todo está silencioso. Los ruidos de la noche. Mirábamos alrededor y cada quien dibujaba en las sombras figuras; unas de espanto, otras de animales.
Mi hermano y yo, la cuerda de ambos extremos. Crecimos juntos de a pocos. Separados muchas veces. Coleccionando instantes. Hablándonos entre cervezas, ron y cañazo.
Cierta vez lo encontré llorando con un jarro de ron cartavio medio lleno en la mano. Me decía que quería tener hijos y una mujer para que lo quiera y lo recuerden. Que no valía mucho seguir viviendo. Le decía que no se preocupe, que yo estaba con él. Eres muy joven. Ya vendrá.... todo a su tiempo. Presentí que Kike pasaba por un mal momento; como si hubiese perdido un ser querido o alguien se lo quisiera quitar. Era tanta su tristeza que hasta lloré con él. No estaba ebrio, y quise estarlo, para poderle abrazar y beber de esa desgracia; irnos a otra parte donde se pueda hablar y saber lo que en realidad pasaba. Un bar quizás. No había dinero en mis bolsillos. Eran tiempos de necesidad. Me pidió que lo deje solo con la botella media vacía.
Muchas veces quise ser su mejor amigo. El siempre me admiró; mientras yo me esforzaba en ser igual que sus amigos; en beber alcohol hasta pasar los límites de todos. No quería ser cabeza de pollo. Yo como más ají que todos en cualquier ceviche. Puedo con cualquier trabajo pesado. Soy fuerte por él. Siempre busque igualarlo. Quería conectar con todos. Que se rían y se sientan bien por el sólo hecho de llegar. Ser el centro de toda reunión, como lo era mi hermano.
El siempre supo todo. Tenía planeado irse. Vivió cada minuto y cada segundo cómo nadie lo ha hecho. La cagó,  tantas veces, como se le dio en gana; como requisito para sentirse vivo. Tantas veces me hace falta cagarla en la vida, (me lo dice un amigo).
Y un día apareció en mi casa. Caminábamos cerca del óvalo Gutiérrez.  Regresando de Wong, pedí atún enlatado para llevar y pollo a la brasa para los niños. Atún para que Kikito haga dieta. Me sostuvo del brazo y me obligó a mirarlo a los ojos. Tantas veces desee hablarle como hermano y él tomó la palabra y me sorprendió. Me dijo que no podía más. Que lo había intentado todo. Que haría el mejor de los intentos. Que lo ayude. Y que si no, que me haga cargo. Dijo: ¡cuida a mis hijos hermano!. Me quebré por dentro. Le sonreí incrédulo, medio nervioso; pensando en que este momento lo desee tanto y por fin llegó. No esperaba esta noticia. Al fin hablamos como hermanos.
Llegamos a casa, y en el camino, le pinte tantas alternativas como soluciones hay en la vida, y en todas; sus hijos seguían a su lado. Esa tarde jugó con mis hijos. David y Angel se le subieron a su gran barriga y reían como si toda la vida se conocieran. Cargó a Daniel, tan pequeñito, en sus brazos. Fue uno de esos días en que el sol baja por la tarde y se mete por la ventana pintando los recuerdos, llevandoselo todo sin que nadie se de cuenta.
Volvió a Piura.  Yo olvidé todo. Era una más del panzón. Un día de madrugada regresaba de comprar unos sándwiches en "El Enano". Llamó mi compadre Miguel. Me dijo cálmate. Pasó algo grave. Que todo está controlado. Mi hermano sufrió insuficiencia respiratoria. Justo en el camino antes de salir de casa, estaba al frente de mi computador; y sentí que me acariciaron la oreja. Igual que cuando jugábamos siendo niños. Tocarnos la oreja; la “meleja” fue algo que nos conectó desde niños. No dejamos de hacernos esta broma hasta adultos. En esa noche parece que le escuché "MELEJITA". Así me decía mi hermano cuando me tocaba la oreja entre acariciándomela y halando . Luego salía corriendo, porque eso me hacía perseguirle para devolverle lo mismo.
Se fué. Y no lo puede alcanzar.


Ese día, por la mañana, abrazó a sus hijos. Pasó por la plaza del pueblo. Todos cuentan que lo vieron feliz. Al fin tenía un trabajo. Cargaba en sus hombros a Polito y besaba a Andreita.  


Nadie lo escuchó. Era de noche y a oscuras. Todo estaba silencioso. Los ruidos de la noche... dibujaban en las sombras figuras... unas de espanto... otras de animales. Otras eternas que se persiguen con los recuerdos, y cuando los encuentran, afloran en la felicidad del presente. Hoy mis sobrinos me acompañan, sin saber todo esto, y no hay fuerza que pueda quebrar nuestra promesa pues se han unido a mis hijos y a mi historia.
Algún día quisiera alcanzarte y pasarla contigo tan bien, como lo hiciste tú cuando te admiraba, y con mucho menos de lo que cualquiera tiene.
Te prometo encontrarte algún día; pero primero deja que te cumpla la promesa que como hermanos hicimos por siempre. No dejes de aparecer en mis sueños, así sea que amanezca llorando. No soporto la ausencia. No quiero saber como mis viejos te han de extrañar. Toda la gente te saluda cada vez que cuelgo tu foto en las redes sociales. Cuando veas que todo esta bien, y que ya te haya cumplido, ven a verme. Tomemos la media caja de cerveza que dejamos la última vez y con el mismo vaso. Tengo un amigo. Mi socio. Que se parece a ti. Hasta tiene dos hijos como tú. Me consuela saber que de alguna manera me compensaste mandando alguien que me entretiene haciéndome sentir que es mi hermano. Hasta se preocupa por tu familia sin saberlo. Aprendí a ayudar a la familia desprendiéndome de todo sin tenerle miedo al mañana.  Mañana voy a correr la maratón.  Voy contigo "manito". Hazle entender a todos que si algún día me caigo es por que quise ser fuerte como tú; pero en realidad, nunca pude ... sólo te he seguido imitando; y hoy que no pude... tomé un descanso... después de tanto intentar. Corro para algún día devolverte la meleja… la melejita.