lunes, 15 de diciembre de 2014

La meleja, la melejita

La meleja, la melejita







Caminamos a oscuras. Todo está silencioso. Los ruidos de la noche. Mirábamos alrededor y cada quien dibujaba en las sombras figuras; unas de espanto, otras de animales.
Mi hermano y yo, la cuerda de ambos extremos. Crecimos juntos de a pocos. Separados muchas veces. Coleccionando instantes. Hablándonos entre cervezas, ron y cañazo.
Cierta vez lo encontré llorando con un jarro de ron cartavio medio lleno en la mano. Me decía que quería tener hijos y una mujer para que lo quiera y lo recuerden. Que no valía mucho seguir viviendo. Le decía que no se preocupe, que yo estaba con él. Eres muy joven. Ya vendrá.... todo a su tiempo. Presentí que Kike pasaba por un mal momento; como si hubiese perdido un ser querido o alguien se lo quisiera quitar. Era tanta su tristeza que hasta lloré con él. No estaba ebrio, y quise estarlo, para poderle abrazar y beber de esa desgracia; irnos a otra parte donde se pueda hablar y saber lo que en realidad pasaba. Un bar quizás. No había dinero en mis bolsillos. Eran tiempos de necesidad. Me pidió que lo deje solo con la botella media vacía.
Muchas veces quise ser su mejor amigo. El siempre me admiró; mientras yo me esforzaba en ser igual que sus amigos; en beber alcohol hasta pasar los límites de todos. No quería ser cabeza de pollo. Yo como más ají que todos en cualquier ceviche. Puedo con cualquier trabajo pesado. Soy fuerte por él. Siempre busque igualarlo. Quería conectar con todos. Que se rían y se sientan bien por el sólo hecho de llegar. Ser el centro de toda reunión, como lo era mi hermano.
El siempre supo todo. Tenía planeado irse. Vivió cada minuto y cada segundo cómo nadie lo ha hecho. La cagó,  tantas veces, como se le dio en gana; como requisito para sentirse vivo. Tantas veces me hace falta cagarla en la vida, (me lo dice un amigo).
Y un día apareció en mi casa. Caminábamos cerca del óvalo Gutiérrez.  Regresando de Wong, pedí atún enlatado para llevar y pollo a la brasa para los niños. Atún para que Kikito haga dieta. Me sostuvo del brazo y me obligó a mirarlo a los ojos. Tantas veces desee hablarle como hermano y él tomó la palabra y me sorprendió. Me dijo que no podía más. Que lo había intentado todo. Que haría el mejor de los intentos. Que lo ayude. Y que si no, que me haga cargo. Dijo: ¡cuida a mis hijos hermano!. Me quebré por dentro. Le sonreí incrédulo, medio nervioso; pensando en que este momento lo desee tanto y por fin llegó. No esperaba esta noticia. Al fin hablamos como hermanos.
Llegamos a casa, y en el camino, le pinte tantas alternativas como soluciones hay en la vida, y en todas; sus hijos seguían a su lado. Esa tarde jugó con mis hijos. David y Angel se le subieron a su gran barriga y reían como si toda la vida se conocieran. Cargó a Daniel, tan pequeñito, en sus brazos. Fue uno de esos días en que el sol baja por la tarde y se mete por la ventana pintando los recuerdos, llevandoselo todo sin que nadie se de cuenta.
Volvió a Piura.  Yo olvidé todo. Era una más del panzón. Un día de madrugada regresaba de comprar unos sándwiches en "El Enano". Llamó mi compadre Miguel. Me dijo cálmate. Pasó algo grave. Que todo está controlado. Mi hermano sufrió insuficiencia respiratoria. Justo en el camino antes de salir de casa, estaba al frente de mi computador; y sentí que me acariciaron la oreja. Igual que cuando jugábamos siendo niños. Tocarnos la oreja; la “meleja” fue algo que nos conectó desde niños. No dejamos de hacernos esta broma hasta adultos. En esa noche parece que le escuché "MELEJITA". Así me decía mi hermano cuando me tocaba la oreja entre acariciándomela y halando . Luego salía corriendo, porque eso me hacía perseguirle para devolverle lo mismo.
Se fué. Y no lo puede alcanzar.


Ese día, por la mañana, abrazó a sus hijos. Pasó por la plaza del pueblo. Todos cuentan que lo vieron feliz. Al fin tenía un trabajo. Cargaba en sus hombros a Polito y besaba a Andreita.  


Nadie lo escuchó. Era de noche y a oscuras. Todo estaba silencioso. Los ruidos de la noche... dibujaban en las sombras figuras... unas de espanto... otras de animales. Otras eternas que se persiguen con los recuerdos, y cuando los encuentran, afloran en la felicidad del presente. Hoy mis sobrinos me acompañan, sin saber todo esto, y no hay fuerza que pueda quebrar nuestra promesa pues se han unido a mis hijos y a mi historia.
Algún día quisiera alcanzarte y pasarla contigo tan bien, como lo hiciste tú cuando te admiraba, y con mucho menos de lo que cualquiera tiene.
Te prometo encontrarte algún día; pero primero deja que te cumpla la promesa que como hermanos hicimos por siempre. No dejes de aparecer en mis sueños, así sea que amanezca llorando. No soporto la ausencia. No quiero saber como mis viejos te han de extrañar. Toda la gente te saluda cada vez que cuelgo tu foto en las redes sociales. Cuando veas que todo esta bien, y que ya te haya cumplido, ven a verme. Tomemos la media caja de cerveza que dejamos la última vez y con el mismo vaso. Tengo un amigo. Mi socio. Que se parece a ti. Hasta tiene dos hijos como tú. Me consuela saber que de alguna manera me compensaste mandando alguien que me entretiene haciéndome sentir que es mi hermano. Hasta se preocupa por tu familia sin saberlo. Aprendí a ayudar a la familia desprendiéndome de todo sin tenerle miedo al mañana.  Mañana voy a correr la maratón.  Voy contigo "manito". Hazle entender a todos que si algún día me caigo es por que quise ser fuerte como tú; pero en realidad, nunca pude ... sólo te he seguido imitando; y hoy que no pude... tomé un descanso... después de tanto intentar. Corro para algún día devolverte la meleja… la melejita.

viernes, 3 de mayo de 2013

Eres ... Mi Suyo.


Eres ... Mi Suyo.


Cuando te nombro se me encogen los hombros acurrucado en la cama. Entre medio dormido y despierto me deleito con los recuerdos de tus sonidos antes del amanecer. La radio aquella de dial estrecho gira lentamente impulsada por los gruesos dedos de mi padre y cada sonido electrónico; impreciso; indefinido, se hace lógico en mi recordar. Escucho una balada vieja entrelazada a un chirrido de interferencia que acompasa con los cánticos de los gallos del corral.

La brisa agita suavemente las láminas de zinc de la casona. El papelillo se mece suavemente, el ciruelo viejo y el mango ciruelo se disputan el poco viento meneando las hojas.

Las siluetas que rodean el pueblo como colosos son los cerros guardianes. Al norte, al sur, al este y al oeste. Entre ellos se escurren los caminos, quebradas y quebradillas. Las nubes juegan a posarse en las faldas de aquellos gigantes y las pequeñas casas a lo lejos saludan levantando sus manos sobre los tejados. Humean las cocinas y el aroma a café recién pasado me ayuda a poner un pie en el suelo.

Este espacio de tiempo entre dormido y levantarse no se debería acabar; si fuera eterno, todo sería paz y tranquilidad en mi pueblo y al nombrarte; no habría muerte, ni violencia, ni escándalo, ni robo, ni ignorancia, ni pecado. Solo la inocencia pura bailando entre este espacio delimitado de tiempo en cuyos segundos infinitos delira la cordura haciendo que los sueños se desvanezcan con caricias del día que poco a poco iluminan la razón de un nuevo amanecer. 

Cuando te nombro quiero seguir acurrucado como en el vientre de mi madre y verte desde la ventana pequeña de la gran casona. Verte adornado de golondrinas viajeras; de tejas de barro cocidas; de puertas viejas de madera y paredes de adobe con zócalos de cemento empastado; de balcones asomados a la calle y de calles de cascajo amarillo talladas por la lluvia que hace brotar en ti la verdolaga de la vida. Cuando te vuelva a ver te rodearán los que se fueron. Los que se han ido. Los que nos arrebataron la alegría por culpa del maldito metal dorado que escondiste. No te tengo rencor por esconder lo que no es de nadie. Te tengo es tristeza. Me das lástima. Pues sigues bello en mí recuerdo y hoy que te veo no encuentro amigos, ni a mi hermano que tanto quiero. Quienes serán los malditos cobardes que se llevaron el oro y que se enfermaron de su violencia, los contrabandistas, los narcotraficantes, los ladrones de ganado, los envenenados por el odio que atacan a su propio pueblo por la espalda y los que hacen que mi pueblito siga ignorante atrayendo más el mal como moscas a la miel.

En este espacio eterno siento que llega el fin del camino. 
Al menos tenemos la esperanza de dormir y conseguir una vieja radio para acompañar tus melodías. Cuando todos duermen y están por despertar.
Cuando te nombro todo lo tuyo es mío.
Cuando te nombro eres... mi Suyo.

lunes, 26 de noviembre de 2012

El Piuranito de Suyo


El Piuranito de Suyo


En esta tierra hermosa el sol aparece atrás en los cerros y se oculta allá al fondo en el horizonte, justo por la carretera a Piura.
Hoy el cielo es azul decorado con nubes difumadas. Se pueden ver algunas aves jugando recorriendo el cielo. El chilalo canta a las 12. Hoy el  sol había  traído desde temprano una buena noticia. Un hombre de estas tierras abría los ojos en las manos de una partera tuerta. Eran las 6 en punto de la mañana de un 25 de noviembre. Le atinó a cogerle las piernas con firmeza y lo palmeo fuerte para que expulse el llanto.

Los gallos cantaban en sus corrales saludándose uno al otro. El saludo pasaba de techo en techo y se colaba por las grietas de las paredes de adobe. Unas palomas se acomodaban en el tejado galanteándose una a otra. Aparentemente el pueblo estaba quieto. Interrumpía la quietud un vendedor de frutas. Halaba un burro mientras sombrero en mano y otras sombrero puesto gritaba:___ ¡Guineos, naranjas, toronjas, limas!____ 
El herrero hacía sonar el yunque con golpes acompasados como los segundos del segundero en el reloj de gallinita del abuelo. Y casi imperceptible sonaba un camión allá al fondo en la loma. El primero en llegar ese día al pueblo. Mi abuelo sentado en su silla se paraba de vez en cuando para ver quien llegaba a amarrar las bestias a los palos. ___¿Cómo amanece Don Polito?.. Aquí le dejo una librita de café a doña Chavelita. Le recomiendo la bestia... Se la dejo amarradita aquí en el papelillo.___
 La pulpería que atendía el abuelo, estaba llena de estantes de madera apilados uno sobre otro. La repisa estaba armada con las cajas de madera de algunos productos. Hace años se empacaban las cosas en cajas de madera. Se veían las marcas INCA y otras más. Los calendarios Bristol colgaban de un clavo grueso cerca de la escalera. En la esquina un saco repleto de caballas saladas dejaba una marca indeleble de aceite. Es la esquina de la puerta a la calle. Hasta hoy se ve esa marca. Al fondo un barril de kerosene, acostado reposado sobre dos caballetes celestes. El olor de las panelas envueltas en papel grueso. Los suspiros o merengues acomodados en una caja de acrílico y las tortas de canela en la caja de madera con pantalla de vidrio. El pan de sal y el pan de huevo en los baldes de plástico; y las rosquitas y cachitos, en el balde de metal blanco encharolado.
Las láminas de zinc del techo reposaban en las grandes vigas de madera. El ciruelo se mecía con el viento insinuando unas ciruelas rojas. La tinaja de la esquina escurría agua entre las piedras que le servían de base. El pocillo verde de metal chirriaba al raspar el fondo de la tinaja. Estaban cambiando el agua para calmar la sed del día. El zango con camote y huevo frito acomodado junto a un jarro de café preparado con tintura contenida en la pequeña garrafa de vidrio. El queso de cabra, el quesillo frito.
Así como se extinguen las especies, sin darnos cuenta, sin un adiós, sin sentir sus pasos. Así también se nos van extinguiendo tantas cosas. Como los sonidos. La secuencia de ruidos y olores que nos van armando una lógica rutina que nos avisa cuando empieza y termina el día.  Las frases comunes, las palabras únicas de cada pueblo. Los olores, los aromas. Ya pocos saludan en las calles de mi pueblo. Los sombreros de paja rafia se están haciendo raros. Las camisas almidonadas, los chancheros de costal de harina, los coladores de tocullo, los potajes, los pollos para sentarse y descansar en la cocina, las bancas de madera, los banquitos, los aperos de las bestias, las baquetas, las huaracas, las hondas, las llantas de caucho rodando cuesta abajo,     el mata queche, el trompo, las escondidas, las bolinchas o canicas de checo, la quebrada y sus lagunas, los perros, las mascotas, el humo de las cocinas de leña, los machos, las mulas y los burros. Es como si se nos fueran a escondidas dejándonos sólo este recuerdo.

Seguro ese día en que nació aquel varón muchas de estas cosas eran vida. Hoy sé que hay cosas que no se han ido; pues aquellas cosas permanecen vivas sólo en los que sabemos disfrutar de los silencios, los que amamos las soledades acompañadas de los demás. Los que hacemos familias de la familiaridad de tenernos todos cerca. He admirado hoy a un primo que tiene éxito; no por lo mucho que tiene sino por lo mucho que lo disfruta. Tiene una gran familia y seguro sus hijos mantendrán viva la simplicidad de aquel día en que nació y la harán tan importante como la vida misma.

jueves, 26 de julio de 2012

Las quebradas de mi pueblo


Las quebradas de mi pueblo


Un día en la Quebrada de Suyo

Los ríos, las quebradas, los arroyos... se llevan consigo el pasado que va cayendo con la gravedad de lo que no nos hace falta, el agua se estanca y da vueltas en las lagunas de los recuerdos, en las mismas en que nos hemos bañado una y otra vez. Recuerdas la laguna de patos, la chinchay, el banden, el habillo, la pungala, la de los soldados, y tantas que ya se llevó el agua en sus recuerdos.
Las quebradas de mi pueblo son recuerdos que simulan extinguirse como la luz de una luciérnaga. Ellas reviven en cualquier aguacero que cae del cielo y besando los cerros van cuesta abajo entregando sus sueños a nuevos causes. Quebrada mía sigues viviendo a pesar de los años. Como algo que nunca se quiere olvidar, como alguien que te recuerda cada vez que te ve.Que te entristece. Que te llena de nostalgia. Que te refresca al tocarte. Ya estás vieja, cansada; pues no has cumplido con llevarte el nuevo puente. ¿Recuerdas cuando enredaste los troncos del pasado en el verano del 83? Halaste con todo y te llevaste el puente. Ese puente; el de los gringos. El de concreto. Tantas veces acaricié la estructura de los pasamanos corriendo tras las cabras que arriábamos con la abuela. Tal vez creíste que el puente era un recuerdo y te lo llevaste también. Junto con el agua, junto con lo que  creíste que ya no nos hace falta.
Las cabras por la mañana lamían tus andadas, los ganaderos, los arrieros, los camiones en tránsito hacia la frontera. Mis caracoles trepaban los muros que dejaste en pie del puente, cerca al habillo grande, que te admiraba. Debajo las lavanderas exprimían las sábanas; las que reposaban luego sobre las piedras de las orillas para que el azulino que se conseguía en Macará, las vuelva blancas como la risa de un niño mirando al sol.

Sigues ahí quebrada y seguro quien te lea en estas letras te recordará en las aguas de la memoria y bajará contigo hacia los mares del infinito recordar.

sábado, 5 de mayo de 2012

Una bola de fuego, una niña de ojos verdes y una golondrina que ya no volverá.


Una bola de fuego, una niña de ojos verdes y una golondrina que ya no volverá.

Al llegar la noche nos sentámos en la vereda; junto a la puerta principal. Las gradas de la escalera, de acceso a la tienda del papá Polo, nos servían de posaderas.  Hoy no hay luz eléctrica. Todo el pueblo estaba enterado. Don José subió a las 4pm sosteniendo un cigarro entre sus labios con su peculiar forma de mirar. No le enviaron petróleo de Ayabaca. Había pasado más de un mes de que la reserva mensual había llegado en un camión. El camión subió la cuesta llevando los tanques de 55 galones. Todos  se consumieron día tras día iluminando al pueblo. Para esta noche ya no había más. Un señor muy puntual Don José. La luz eléctrica iluminaba al pueblo desde las 18:00 horas hasta las 00:00 horas en punto. Su rutina era subir diariamente la cuesta, bordear el cementerio de suyo y llegar hasta la cabina del motor en las afueras del pueblo. Siempre limpia sus motores, verifica el nivel de aceite, el combustible y el  agua del radiador. Esta vez el petróleo le había jugado en contra. No llegó a tiempo.
Avanzaba la oscuridad sobre la noche y la poca visibilidad nos quita el sentido de la vista abriendo un inmenso vacío entre lo que vemos y miramos; por eso, para observar, nuestro sentido de la escucha nos guía.
Son sesiones interminables de oír y escuchar. Son las noches en que al privarse parcialmente de un sentido los demás sentidos afloran y hacen que cada recuerdo se vuelva mágico.
Desde nuestra vereda, acomodados todos junto a mamá Chavela oímos la radio de Don Tadeo. La sintoniza ubicando las estaciones en banda AM. Mueve lentamente el dial repasando las estaciones. Los sonidos despiertan la curiosidad de quienes rodeámos a Don Tadeo. Cuando nos acercábamos estaban sus hijos escuchando los programas de radio junto a él. Don Tadeo hacía una pausa y contestaba las preguntas de cualquiera que le interrumpiera mientras nos soltaba historias. La barba espesa y blanca que frotaba con sus manos era el preámbulo de todo lo que nos decía. Todas sus narraciones estaban llenas de sabiduría. ¿De dónde salían esos cuentos?, ¿Las aventuras? Parecía tener 1,000 años y siempre lucía igual. Una persona extremadamente ordenada que cuidaba de los detalles y que hacía que cualquier acto simple parezca una obra digna de un arquitecto ancestral. Su casa era ejemplo de que con muy poco, mucha creatividad y esfuerzo se podían lograr cosas admirables. Eso es lógico; pues todo lo bello se compone de cosas simples, que en su simpleza, reúnen muchos detalles perfectos e imperfectos; pero que con ese orden casi divino, nos dejan admirados.
Nos contó, que una vez su madre, lo rescató de la muerte; envolviéndolo en un colchón bajo la cama. Eran los tiempos en que asesinaban a los Apristas. Eso marcó su ideología. Un social demócrata que no era ni chicha ni limonada, ni de izquierda ni de derecha; pero siempre estaba de lado del pueblo, de los pobres. Las canciones como “La Marsellesa Aprista”, “Vasija de barro”; eran preferidas en sus reuniones. Y tantas cosas que hoy no cuento pero habrá ocasión de contárselas.
La casa de Don Tadeo está bajando la loma de la calle Leticia donde empieza la calle Piura. En el lado derecho. Tiene tres descansos. Uno que corresponde a un solar de material noble, que servía de corral para las cabras y chivos, otro cerca a la puerta pequeña del pasadizo donde se guardaban muchos recuerdos y cosas antiguas. Y el otro que correspondía a las piezas principales de la casa cuya vereda servía de mirador hacia el pueblo y los cerros. Escuchábamos aquella radio a pilas marca  JVC Nivico. 
Radio Nivico. Fotografía tomada de internet
 Las luciérnagas aparecían en escena en el solar de abajo. Era una casa vieja que se caía a pedazos. Sólo quedaba una pieza con las tejas a medio poner en el techado. Servía de baño público para los más urgidos como la burra vieja, o para que la gente del cerro amarrara las bestias bajo los dinteles o postes. Las pequeñas lucecitas revoloteaban entre las flores de campo que nacieron por las lluvias del invierno. En las tardes los chupaflores introducían sus lenguas retráctiles desenrollando su pequeña punta en forma de círculos. Nosotros los niños jugábamos atrapándolas y las martirizábamos amarrando sus frágiles lenguas atadas a un cordel de pita. Las soltábamos y las dejábamos volar. Luego las traíamos de vuelta halando el cordel. Fueron los últimos chupaflores que vi en mi vida. Creo que ya se extinguieron pues ya no los he visto en el pueblo. Seguro que todos los que jugábamos con ellos nos arrepentimos de haberlos martirizado así. Tal vez uno de nuestros hijos hoy podría verlos. Como me arrepiento de ello. Un pedazo de belleza de Dios que arrebate a mis hijos.
Don Tadeo nos decía a todos. ___Las luciérnagas son los ojos de los muertos. Son las almas que visitan la noche y ven a través de su pestañar este mundo. Por eso se encienden y se apagan, abren … y cierran los ojos… No las atrapen, déjenlas ir___
Mamá Chavela nos llamó desde la casa. Ya daban las 8 de la noche. Los demás niños corrieron hacia abajo. Las brujas y las pintado eran un grupo de niñas que llamaban a los demás para jugar a la Chepa, el Mataqueche o las escondidas. No queríamos volver a casa; pero ya era hora de dormir.
Suyo en estos días es un pueblo rodeado por los cerros. Todos pintados de verde. Los ceibos se esconden entre el color verde del pasto y las borracheras. Aun se ve la verdolaga hermosa de hojas redondas y bordeadas, llenando de vida sincera el suelo. Los saltamontes son verdes y pequeños. Las mariquitas se esquiban entre las grietas del cascajo junto a las bolitas de excremento que llevan rodando a sus madrigueras. Nunca encontré la casa de una de ellas. A donde llevan tanta mierda. Me da risa recordarlo hoy. Pero seguro hacen algo bueno pues todo es parte de un todo que es mi pueblo.
Acostado, arropado bajo las frazadas; se escuchaba a lo lejos los gritos de los muchachos. Como quisiera jugar con ellos. El ruido se hace más débil hasta que todo se vuelve silencio. Hasta puedo escuchar cómo me zumban los oídos. Hay unos pasos arrastrando los pies que marcan su caminar. Está dando la vuelta a la esquina de la casa. ¿Quién será? Se escucha como se aleja. Las calaminas del techo vibran con la brisa nocturna. El techo silba con el viento. El mango ciruelo y el árbol de ciruelas rojas ambos mecen sus hojas. Los árboles de eucalipto de afuera dejan caer los pinochitos sobre la calamina como gotitas de lluvia. Cuando la brisa se marcha todo vuelve a estar en calma. Esta noche tengo poco sueño. Tengo ganas de abrir la puerta y salirme a escondidas. ¿Y si se aparece el caballo que hala cadenas? ¿El chancho de fuego? ¿La viuda negra? ¿El duende? ¿El hombre sin cabeza? ¿La mano negra?...... “No señor…nooo”. Mejor me quedo en la cama. Calentito, bajo mis frazadas.
Logré dormir un poco. Sentí que algo iluminaba la oscuridad. Estaba entre despierto y soñando. Vi unos ojos verdes claros asomándose en la casa alquilada cerca a la tienda de don Panchito. Me miraban esos ojos fijamente. La niña más hermosa y dulce se escondía tras la puerta. Salió hacia la calle. La seguí. Ella corrió hacia la calle de atrás rumbo a la escuela y se metió en el local que arrendaba un policía que le decían Condorito. Cerró las dos hojas de la puerta y medio abrió una para volverme a mirar. Le pregunté que quería, porque me miraba y sólo se sonreía sonrojada. El cabello le hacía unos rulos en la frente. Estiró tímida la mano y me dejó en mi palma un arete de filigrana de plata con la forma de un corazón. Luego se metió corriendo hacia las habitaciones de aquella casa. De pronto todo se iluminó. Sentía calor y gritos desesperados. Como si despellejaran en vida a una mujer. Me desperté angustiado. Me levanté y sentí que alguien gritaba pidiendo ayuda. Salí corriendo hacia la puerta principal, corrí el picaporte y el chirrido levantó a todos. Vi hacia abajo y veía como una bola de fuego rasgaba la puerta de la tienda donde vendían cerveza. El fuego cruzó la calle y se desvaneció sobre el suelo. Me tomaron del brazo; creo que fue mi papá, y me metió al cuarto a empujones. Solo escuché desde mi habitación frases entrecortadas. ____ Seguro se pelearon de nuevo___ Pobre se quemó toda__ nadie la ayudó___ estuvo gritando pidiendo auxilio___  siempre peleaba con el marido___ ¿Pero a él lo cambiaron hace un mes no?___ anda metido en cosas malas___ tenía tres hijos, la mayor de los tres es preciosa…  sacó los ojitos verdes a la mamá____

Me volví a dormir. Me levanté para ir a la escuela. Dejé el café y los panes del desayuno sobre la mesa y Salí corriendo. Ya van dos campanas. A la tercera llego tarde. La profesora no me la perdona esta vez. Corrí cuesta abajo esquivando las grietas en el cascajo. Casi me caigo sobre unas piedras de canto rodado que había colocado la municipalidad para rellenar las calles por las enormes grietas que dejaban las aguas de lluvia.  Caminé sobre la vereda izquierda. A medida que me acercaba a la esquina, para doblar hacia el colegio, sentía un olor a plástico quemado mezclado con un olor extraño. Baje las gradas y no me quise colgar del dintel para saltar hacia abajo. Más bien baje con calma. El cholo Wilo estaba jugando con unos pedazos de tela quemada. Me mostró uno y me dijo: __ Mira la quemadita…. Se quemó la mujer del policía… ¡huele!… ¡huele!____ Me invitaba el Cholo; ___ Huele… a carne quemada.___ Junté mis recuerdos y mis ideas y enseguida se vino a mi mente los ojos verdes de aquella niña. Mire hacia abajo y estaba ahí un corazoncito de filigrana. Lo tomé con delicadeza en la palma de mi mano y corrí hacia el colegio. Mientras sonaba la tercera campanada pude ver un Volkswagen celeste estacionado en la casa de Condorito. Se llevaban a la niña, la hermana y su hermanito. Me acerque a ella y se lo puse en la mano. ___Lo dejaste olvidado___ Ella me miró con esos ojitos de ternura. Como diciendo gracias. Nunca más volví a saber de ellos y  nunca más pregunte que pasó. Cuando regresé a casa por la tarde, después de la escuela, vi las golondrinas cantar alegres, jugueteando en el cielo; recuerdo muy bien la tarde pues fue una de aquellas en que las golondrinas llegaban a suyo y se acomodaban bajo las tejas sólo para después dejarnos solos y emigrar. Guardo la promesa de algún día volverla a ver. Sé que no será la misma; pero seguro que volverá para marcharse otra vez.

viernes, 23 de marzo de 2012

Cuando le incendiamos el cigarro al Burra Vieja


Cuando le incendiamos el cigarro al Burra Vieja
Después de 2 años encerrada en la casa, se atrevió a mirar bajo el dintel. Papá Polo había quitado el picaporte de la puerta principal.
Todos los días él sentía el olor de la mañana. Al ver los cerros y la niebla armonizaba los sentidos. Se sentaba en la silla del centro.
Tomaba el calendario de Bristol de la ruma que colgaba de un clavo en la pared. Ahí cerca al interruptor de la sala junto a la escalera.
Hojeó el pronóstico del mes. Volvió a mirar las cimas de los cerros y al asomarse, alguien lo saludó desde su vereda. Es el Burra Vieja.
EL humo del cigarro se escapaba de sus labios resistiéndose a dejarlo. Julio Valdiviezo F. En todo el pueblo lo llamaban el Burra vieja.
Acomodaba el pedazo de cuero de borrego que le servía de posadera. Estiraba la última succión de tabaco hasta llegar al filtro de carbón.
Kike, le había jugado malas pasadas y desconfiado siempre miraba cada cigarro antes de encenderlo.
Miraba a todos lados en la calle y al percatarse que estaba solo encendía el siguiente.
Kike y los muchachos se sentaban en la vereda de Don Tadeo. Planeaban la mañana entera la forma en hacer caer al viejo. Todos sabían su debilidad: los cigarros malboro rojo. Se acercaba kike y le decía. --- Julio! No quieres cigarritos?--- Don Julio lo miraba de reojo y al escuchar la palabra cigarritos se le transformaba el rostro en alegría y brillaban sus ojos con el contraste de su cabello blanco como la nieblina. ===¡ Dámelos pues! === Se tranzó el viejo.
Los militares, del cuartel del pueblo, acostumbraban hacer tiro al blanco en las lomas del cerro cajones. Era muy común encontrar balas de 72mm olvidadas en los caminos. Os muchachos desarmaron una. Le sacaron la punta a la cual le se le escarbó el plomo de relleno para luego en la punta hacerle un pequeño agujero. Al casquete se le vaciaba la pólvora y con mucho cuidado se le abría un agujero para colocarle una arandela. Se colocaba una carga de lapicero que se recortaba al tamaño de la munición de tal forma que la punta salía por la bala y se armaba todo el conjunto. Ya teníamos un lapicero. ___¿Y la pólvora?____ ===== ¡la metemos en un cigarro ¡==== dijo Kike. Y ahí tienen a Don julio Chato haciendo la ceremonia inicial. Se sentaba muy cómodo en la perezosa. Olía de punta a filtro el cigarro. Lo acomodaba entre sus labios. Los muchachos estaban a mas de una cuadra esperando las novedades. Kike salía caminando loma arriba. Julio abrió la cajetilla de fósforos. Saco el primer palito que asomó y lo rasgo contra la caja. El fuego llegó a la punta del cigarro y respiró hondo como si le faltara el aire. Algo pasaba pues no encendía muy bien. Rasgo otro fósforo contra la caja y con la flama calentó el cigarro de principio a fin. ____Eso suelta más el tabaco___ Le dijo Julio chato a su nieto El Cholo. Al fin logró sacarle la primera bocanada. Otra más y el humo salía elegante de los orificios de su nariz. El placer lo inundó tanto que se estiró como los gatos al querer acostarse. Kike y los muchachos expectantes miraban incrédulos lo que pasaba. Se acomodaron desde la esquina para ver mejor y quisieron acercarse pues no pasaba nada extraño. De pronto Julio Chato le exigió mas humo al tabaco y la pólvora se consumió hasta filtro. Julio desesperado salto de la perezosa. La llamarada inmensa le tostó las cejas y el bigote canoso. La rabia le fruncía el rostro desencajado. ____ Muchachos sin oficio..… ociosos..…. Ya sabía que me tenían que hacer esta cojudez… pendencieros… Polo! Chavela!!! Mira las malcriadeces de tus nietos… Polo! ____ Golpeaba la puerta de Papá Polo con el bastón de ¨overal[i]¨. Al ver que nadie salió.. se cansó de gritar. Logró escuchar las risas de los muchachos y se rindió. Les grito: ___ pedazos de mantenidos… ociosos nomas paran… ya vendrán a mi casa para verlos… bandidos... eso es que son.___


[i] Overal: Arbusto nombre científico Cordia lutea Lam. La Flor de Overal crece en el monte y sin mucha agua, muchas veces acompaña a los Algarrobos típicos del norte del Perú.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Volviendo al Pueblo, volviendo a los caminos.


Hoy y ayer. La antigua carretera Panamericana. Al fondo lo que fue la Guardia republicana.  



A veces tengo ganas de salir de mi y estar donde quisiera. La infancia para mi es un lugar recurrente. Los paisajes que guardan mis recuerdos del campo, las colinas verdes a fin de año, allá en el pueblo de mis abuelos.


Al fondo el cerro sajinos. En los maizales en una de las lomas del caserío Diablos Pintados

Me encantaba subir a una loma que tiene una gran piedra en forma de mesa, sobre la cual me echaba boca arriba mirando el pasar de las nubes. Llevaba una flauta dulce y entonaba notas que me dictaba el viento. El pueblo se veía apacible, adormecido entre los tejados ennegrecidos por el tiempo.

Cuando la lluvia caía me pintaba de aguacero y empapado atravesaba la quebrada. Sobre las hojas verdes se deslizaban caracoles que marcaban con su andar caminitos diminutos y entrelazados. en ese instante pensé que mi vida se trazaría sobre esos caminos. Hoy que lo pienso, mi recuerdo guarda sentido; pues mi vida ha sido eso: Una serie de caminitos que veo desde aquí distantes, y que hoy me han traído donde estoy.

Espero que hoy tu vida tenga sentido como lo tiene para mi.